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Foto del escritorFran L. González

Los hospitales psiquiátricos, un escondite para la represión franquista

La dictadura franquista utilizó todos los medios y recursos del Estado para acallar a quienes se oponían a su ideario nacionalcatólico. No resulta extraño, por esa razón, que la jerarquía franquista ordenara la reclusión en hospitales psiquiátricos a republicanos y personas no afines a su ideología.


Antonio Vallejo Nájera, el psiquiatra del Régimen


Tras su paso por la Alemania Nazi como agregado a la embajada española, Nájera se acerca a las teorías eugénicas y funda en 1930 una clínica en Madrid. De ahí pasará, en 1931, a ser profesor de la Academia de Sanidad Militar para luego, ya durante la Guerra Civil, dirigir los Servicios Psiquiátricos del Ejército franquista, momento en el que publicará sus estudios sobre cómo la raza española se ha degenerado a causa del marxismo y la República. El antiguo monasterio de San Pedro de Cardeña es el lugar donde realiza sus trabajos sobre prisioneros republicanos. En sus investigaciones, divide a los presos en cinco grupos: procedentes de las Brigadas Internacionales, encarcelados por cuestiones políticas, republicanas —las cuales, decía, participaban para satisfacer sus apetencias sexuales—, catalanes —se unía, según él, el antiespañolismo con el fanatismo marxista— y los vascos —católicos con un elemento revolucionario.


De esos estudios pseudocientíficos, el psiquiatra concluye que tener ideas marxistas está ligado a una inferioridad mental, lo que vendría a denominarse: «el gen rojo». Determina, también, que el alcoholismo y el libertinaje sexual son dos elementos comunes en los sujetos marxistas. Por ello, sus teorías sirven al Régimen para defender que el gen marxista corrompe la esencia de la «raza hispana» y, por tanto, puede culpárseles de los males que afectan a la nación. Además, atribuye a los marxistas cualidades negativas como el resentimiento, el rencor, la envidia o la venganza, abogando por la separación de aquellos hijos de padres marxistas para su posterior adopción por «familias de orden» y así «liberar a la sociedad de una plaga tan temible». En ese ideario, el psiquiatra llega a proponer la vuelta de la Inquisición como medio para restaurar el ideal de raza que a su juicio se ha perdido y degenerado.


Encerrados para curar una enfermedad inexistente


La falta de higiene, las torturas y la dejadez eran algunos problemas que achacaban a los hospitales psiquiátricos del Régimen. Sus internos —republicanos, homosexuales, madres solteras y muy rara vez enfermos— sufrían la condena de ser, a juicio del Estado, desechos sociales sin ningún tipo de derecho y cayendo en la más absoluta indefensión. El código penal y especialmente la ley de vagos y maleantes se utilizó para librarse de esos colectivos que eran catalogados, en consecuencia con el pensamiento de Nájera y los ideólogos franquistas, como peligrosos para la pureza de la raza española. Tal y como expresa Juan Sánchez Vallejo ser preso en un manicomio «era lo más parecido a una muerte en vida», en los que para desactivar la condición humana de los pacientes —en realidad presos— se recurría frecuentemente a crueles tratamientos como la lobotomía, electroshock o directamente se les drogaba con potentes fármacos.


En definitiva, lugares como los manicomios del franquismo son un fiel reflejo del horror de la dictadura, un sitio donde los falsos pacientes eran encerrados sin ningún derecho y relegados a una existencia inhumana.


En esa realidad, en la del manicomio de Miraflores, se ambienta mi último libro: La cárcel de cristal. También os dejo otras recomendaciones que pueden interesaros como La locura y su memoria histórica, El placer de matar a una madre y La madre de Frankenstein (Episodios de una guerra interminable), de Almudena Grandes.



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